Hoy recordé que soy pastor. Confieso que su respuesta no me agradaba en un inicio, para nada. No me parece justo- me decía una y otra vez a gritos en silencio mientras el pastor me aconsejaba- creo que debería ser tratado de otra manera. Estaba convencido de que mi reclamo era bien fundamentado... no estaba pidiendo nada fuera de lo normal. Simplemente estaba pidiendo un mejor trato. No era posible de que a estas alturas en la "obra" yo reciba un trato semejante. Sentado con brazos cruzados y cuerpo hacia atrás, cabeza medio inclinada y mirada fija a los ojos de un pastor que lo único que pretendía era decirme en resumen: "no puedo creer que tú estés reclamando derechos...". Quizás no pensaba eso, pero al menos eso es lo que inferí mientras él me aconsejaba.
Lo que sucedía era simple. A todos le tratan mejor que a mi. Yo siempre soy el más perjudicado y por ello estoy perdiendo el respeto de los demás... no es posible que esto esté ocurriendo y nadie pueda hacer nada para revertir la situación o simplemente darme lo que me corresponde y merezco según el "reglamento".
Fue cuando me contó la historia del mendigo y el rey. Esa historia en que el rey lleva a vivir a su palacio con todos los privilegios y honores a un "miserable" mendigo que era feliz en su pobreza. El desenlace de la historia cuenta que le dijeron al rey que su protegido, el mendigo al que él había dado privilegios y honores, vestidos y comida, cargo y grandezas estaba tramando asesinarlo... el rey no cree pero finalmente lo sigue al lugar donde le habían dicho el ex mendigo "cocinaba el asesinato". Grande fue su sorpresa cuando lo encontró solo en una miserable y tétrica cueva con ropas sucias y objetos de valor insignificante. El rey le preguntó: "Dime, qué es lo que tramas para asesinarme? Con quiénes planeas asesinarme?" El ex mendigo le dijo: "nada de eso es cierto mi rey. Yo vengo acá todos los días para no olvidar mis raíces, para no olvidar de dónde vengo...".
Cuando el pastor me contó esa historia, mi corazón se quebró. Mis brazos se desataron, mi cuerpo se humilló, mis ojos miraron al suelo y mis labios dijeron: "gracias pastor...". Hoy recordé que soy misionero. Cuando decidí servir a Dios en este ministerio vine con solo una consigna: "Heme aquí envíenme a donde sea y para lo que sea...". Cuándo fue el día en que olvidé esa consigna preciosa sino maravillosa. Jamás pensé ni imaginé en lo que recibiría a cambio de servir a Dios en su causa... lejos estaba en mí pensar en los "derechos" (es más ni los conocía...) y sí sabía y quería más y más saber y hacer mis deberes como misionero en la causa de Dios...
Pero qué es lo que motiva a este pipiolo escritor a plasmar esta reflexión del alma? Simple. Hoy recordé que soy misionero. Así de sencillo y sin rodeos: RECORDÉ... porque lo estaba OLVIDANDO... perdiendo sin darme cuenta quizá ese primer amor... Aquél pastor con voz dulce y suave, de amigo y padre (por los años) oró por mí. Pido a Dios que no permita que me desvíe del verdadero propósito para el cual fui llamado... quiero ser un pastor, un pastor al agrado de Dios...
Pr. Heyssen J. Cordero Maraví
VÍA: REFLEXIONES DEL ALMA
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