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martes, 1 de mayo de 2012

Reflexiones del Alma: Un pastor insensible...


Estaba terminando de almorzar después de una mañana ajetreada cuando  sonó el celular que permanecía "alerta" en el bolsillo derecho de mi pantalón. Vi quién llamaba. Era un colega del ministerio. Contesté la llamada y después de saludos tipo "rezo" me dijo: "Heyssen, necesito que me hagas un favor muy grande... mira yo estoy muy atareado con algunas actividades y hay una feligrés que ha perdido a su hijo y necesita que un pastor le acompañe al funeral  con un mensaje de esperanza...". Le dije: "¿Usted no puede ir tratándose de un caso como este?", me dijo que lo haría con gusto pero no podía debido a las circunstancias. No obstante, viéndome acorralado por no encontrar una salida (no me gusta mentir, no soy bueno en eso además) acepté de muy mala gana (aunque por supuesto le dije que encantado lo haría).

Me levanté de la mesa y me cambié de ropa para salir al funeral. Camino al cementerio iba pensando en qué incómodo es ir a un funeral donde el invitado no fuiste tú y en que además no sepas quién es el difunto. Lo peor de todo es que al llegar al cementerio no encontré a nadie que me diera razón del la familia del fallecido y no vi a ningún grupo de personas dolientes. Minutos después llegaron dos mujeres que eran familiares y adventistas y al mirarme me reconocieron y me preguntaron por el pastor (para variar). Les dije que yo lo reemplazaría y que estaba muuuuuy "feliz" de servirles. Estábamos conversando cuando de pronto llegó el difunto dentro de un ataúd cargado por seis varones con rostros muy desencajados (como todo rito funeral).

No me impactó. Les confieso que en mi ministerio joven he oficiado cerca de 50 funerales, y la verdad, las primeras veces me impactaban, después, por las rutinas quizás fui volviéndome más "duro" y casi insensible (no me siento feliz por supuesto). No obstante, el cuadro que vi minutos después desgarrarían mi casi duro corazón... Una mujer que vestía de ropas de color negro, lloraba de manera desesperaba, sus gritos eran "escandalosos", se arrastraba literalmente por los suelos y parecía que jamás dejaría de llorar por el cuadro histérico a más... Sinceramente esa escena (mucho más dramática que las películas hindúes) me descuadró en un "santiamén". Mi crudo e insensible corazón se desmoronó como un castillo de naipes por el cuadro lamentable. La pobre mujer lograba ponerse en pie de vez en cuando para después desplomarse gritando vez tras vez: "yo tengo la culpa...", "No me dejes...", "No te vayas...", "Perdóname...". 

Me quedé atónito. No podía asimilar el cuadro triste. Uno de los parientes me dijo que era hora de empezar con el mensaje. Pregunté por su nombre. Inicié con voz fuerte el mensaje basado en 1 Tes. 4:13-18. El mensaje no podía ser sencillo simplemente porque no es fácil predicar en el funeral de alguien que un día aceptó a Jesús, fue un gran hombre al servicio de Dios finaliza sus días perdido en el mundo de las drogas, en la desgracia del pecado. Y producto de una sobre dosis acabó sus últimos segundos de vida... No es sencillo. No podía hilar fino, solo dije entre varias cosas: (1) "Dios es el único que tiene la última palabra",  (2) "Él no sabe nada, nosotros somos los que debemos hacer mucho aún" y (3) "Amemos a los nuestros mientras lo tenemos con vida". No sabía qué más decir. Estoy seguro de que en otra situación hubiera podido "hilar" mejor, pero esta vez no. Esta vez estaba destrozado al ver a una "adventista" llorar como un "no adventista".

Escribo éstas líneas muy triste. Triste por que tuve que ver la manifestación atroz de la muerte en una madre para sentirme movido y saber que hay dolor en gente que debería tener esperanza y no la tiene. Triste porque con el paso de los años mi corazón se ha vuelto duro, cada vez más duro e insensible... 

No sé si entienden mi sentir. No sé si aún en esta reflexión he "hilado" bien. No es mi afán  todo eso a decir verdad. Solo quiero que sepan lo que sentí. Nada más. Estoy confundido, desencajado... descuadrado... no sé.

Hay tanto dolor... y yo me siento cada vez más ajeno a esa realidad. Hay tanta necesidad y parece que poco me importa. Es que hay tanto dolor que ya no siento impacto al saber esas tristes y lamentables desgracias?  Será que mi colega también vive la misma situación? Por qué no asistió a la familia? Le parece poco la muerte de una de sus ovejas? Es también él un insensible más? No....! Soy un pastor y me estoy endureciendo con tanto dolor? Hay tanta desgracia que las heridas de han convertido en "callos"? 


Gracias Dios, gracias por hacer que mis pies pisen suelo, que me recuerde que: "Yuju... estás en la tierra..." Hay mucho por hacer...!


Pr. Heyssen J. Cordero Maraví


vía: REFLEXIONES DEL ALMA

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